GALERIA
Uno de los sentidos de la creación es el de hablarnos de manera nueva de realidades ya transitadas. Nos despierta de las convenciones, de las frases hechas, de esos habituales engaños. Al observar "Deseo disgregado", uno parece asistir a la negación del cliché del "deseo consumado", tentadora pero falsa promesa. Toto Fernández Ampuero nos revela, en este tránsito por el deseo, que no hay, verdaderamente, consumación alguna porque ésta es su negación. Disgregado en sus detalles, en sus gestos mínimos, el deseo es, en esta muestra, un universo en sí mismo, ajeno a su cumplimiento, uno que se abre, entre ternura, vergüenza y morbo, como una invitación a morar en él. Hasta se podría parafrasear a Ortega y Gasset y decir "yo soy mi deseo y sus circunstancias" y dedicarse luego a ver cómo en esta muestra el deseo se disgrega en situaciones distintas, vividas unas, otras aprendidas en películas y revistas. Entre estas últimas, quizá la más clara sea la del oprobio.
Circunstancia primera, la de la vergüenza del propio deseo y de las instancias sociales por medio de las cuales se satisface el morbo. Lejos están las amigables putas de las novelas de Jorge Amado o García Márquez; aquí, lo que hay simbolizado, es oprobio, condenación presbiteriana, en algo parecida a la de los predicadores de TV de los ochenta, condenados al repudio y al ostracismo al revelarse sus desviadas preferencias sexuales, mancha indeleble en medio de su supuesta santidad. Resulta difícil imaginar cómo simbolizar eso ¿A alguien se le ocurre algo más patético que un hombre que pretender pasar desapercibido yendo a un burdel con un par de zapatos rojos?
Circunstancia segunda, una más cercana, sin duda, a la experiencia del nerviosismo. Un hueco en el estómago, dudas, diálogos y hasta discusiones interiores. ¿Voy o no voy? Cómo no vas a ir, déjate de mariconadas. ¿Qué voy a decir? ¿qué hacer? y mientras todo eso transita por la mente del atormentado por la vergüenza, sus manos, sudorosas, se esconden tras su espalda, agarradas la una de la otra, convirtiendo al sujeto en una pobre imagen de humildad, la de alguien incapaz de poseer a nadie, ni por deseo ni por lástima.
Circunstancia tercera, la del descubrimiento de que la fantasía sigue siendo el país preferido del deseo. Y por eso las revistas pornográficas y las películas, mayormente norteamericanas, han aprendido a privilegiar las mansiones californianas como escenarios de magníficas juergas. Y sin embargo nuestro sujeto del deseo no se encuentra a gusto. Indeciso entre dos mujeres, o entre el recuerdo de una y el deseo de otra, una nueva, no parece encontrar su lugar en el lujo de Beverly Hills o dónde sea. Por suerte, debe pensar, ahí nadie lo mira, ahí nadie se fija en nadie. Un gato sin embargo, echado plácidamente, observa la escena. Y la posible oscilación de su cola basta como sanción: el hombre se quedara con su deseo, no habrá consumación.
Con ironía y todo, este tiene, sin embargo, su lado triste, trágico inclusive. Uno que incorpora como protagonista, desde el otro lado, a quien era solo el objeto del deseo. Y es que no sólo los hombres viven esa misma construcción del deseo. La diferencia radica en que las mujeres desean encarnarlo, no poseerlo. Pero ahí no se detienen las cosas, porque están quienes, en su inocencia, y golpeadas por la violencia del deseo de los otros, no dejan de incitar ternura. Ternura y unas ganas terribles de morder sus carnosos labios rojos... como diría Bogart en El Halcón Maltés, “the stuff that dreams are made of”: la sustancia de los sueños.
Carlo Trivelli
Curador de la Muestra
Uno de los sentidos de la creación es el de hablarnos de manera nueva de realidades ya transitadas. Nos despierta de las convenciones, de las frases hechas, de esos habituales engaños. Al observar "Deseo disgregado", uno parece asistir a la negación del cliché del "deseo consumado", tentadora pero falsa promesa. Toto Fernández Ampuero nos revela, en este tránsito por el deseo, que no hay, verdaderamente, consumación alguna porque ésta es su negación. Disgregado en sus detalles, en sus gestos mínimos, el deseo es, en esta muestra, un universo en sí mismo, ajeno a su cumplimiento, uno que se abre, entre ternura, vergüenza y morbo, como una invitación a morar en él. Hasta se podría parafrasear a Ortega y Gasset y decir "yo soy mi deseo y sus circunstancias" y dedicarse luego a ver cómo en esta muestra el deseo se disgrega en situaciones distintas, vividas unas, otras aprendidas en películas y revistas. Entre estas últimas, quizá la más clara sea la del oprobio.
Circunstancia primera, la de la vergüenza del propio deseo y de las instancias sociales por medio de las cuales se satisface el morbo. Lejos están las amigables putas de las novelas de Jorge Amado o García Márquez; aquí, lo que hay simbolizado, es oprobio, condenación presbiteriana, en algo parecida a la de los predicadores de TV de los ochenta, condenados al repudio y al ostracismo al revelarse sus desviadas preferencias sexuales, mancha indeleble en medio de su supuesta santidad. Resulta difícil imaginar cómo simbolizar eso ¿A alguien se le ocurre algo más patético que un hombre que pretender pasar desapercibido yendo a un burdel con un par de zapatos rojos?
Circunstancia segunda, una más cercana, sin duda, a la experiencia del nerviosismo. Un hueco en el estómago, dudas, diálogos y hasta discusiones interiores. ¿Voy o no voy? Cómo no vas a ir, déjate de mariconadas. ¿Qué voy a decir? ¿qué hacer? y mientras todo eso transita por la mente del atormentado por la vergüenza, sus manos, sudorosas, se esconden tras su espalda, agarradas la una de la otra, convirtiendo al sujeto en una pobre imagen de humildad, la de alguien incapaz de poseer a nadie, ni por deseo ni por lástima.
Circunstancia tercera, la del descubrimiento de que la fantasía sigue siendo el país preferido del deseo. Y por eso las revistas pornográficas y las películas, mayormente norteamericanas, han aprendido a privilegiar las mansiones californianas como escenarios de magníficas juergas. Y sin embargo nuestro sujeto del deseo no se encuentra a gusto. Indeciso entre dos mujeres, o entre el recuerdo de una y el deseo de otra, una nueva, no parece encontrar su lugar en el lujo de Beverly Hills o dónde sea. Por suerte, debe pensar, ahí nadie lo mira, ahí nadie se fija en nadie. Un gato sin embargo, echado plácidamente, observa la escena. Y la posible oscilación de su cola basta como sanción: el hombre se quedara con su deseo, no habrá consumación.
Con ironía y todo, este tiene, sin embargo, su lado triste, trágico inclusive. Uno que incorpora como protagonista, desde el otro lado, a quien era solo el objeto del deseo. Y es que no sólo los hombres viven esa misma construcción del deseo. La diferencia radica en que las mujeres desean encarnarlo, no poseerlo. Pero ahí no se detienen las cosas, porque están quienes, en su inocencia, y golpeadas por la violencia del deseo de los otros, no dejan de incitar ternura. Ternura y unas ganas terribles de morder sus carnosos labios rojos... como diría Bogart en El Halcón Maltés, “the stuff that dreams are made of”: la sustancia de los sueños.
Carlo Trivelli
Curador de la Muestra
OBRA
5 comentarios:
que tal Toto, soy Director d arte de una agencia de publicidad y me encanta el arte contemporaneo.. ahora ando buscando algunas obras para mi depa, queria contactarme contigo pq tu chamba esta chevere.. escribeme mi mail es betonoriega@mac.com
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Hola Toto
Mi nombre es Maurizio Less.
Me urge contactarme contigo pues estoy de paso por el Perú por muy pocos días.
Yo vivo en Alemania, y quisiera promocionar tus pinturas por allá.
Por favor, dame una llamada al teléfono 975-110219 ó al 98105*7597 (este último es el celular de mi hermana Pierina Less).
Llámame hasta el 7 de enero, pues luego partiré de regreso.
Saludos
Maurizio Less
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Maurizio Less
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